10 de agosto de 2010

CRÍTICA DE ORIGEN

Hacía mucho tiempo que no escuchaba aplausos al aparecer los título de créditos de una película en el cine – aunque fueran ligeras palmadas espontáneas, alborotadas por la emoción contenida-. Quizás desde la Pasión de Mel Gibson no había sentido un atisbo similar, si bien en aquella ocasión la atronadora explosión de reconocimiento pudieran deberse a la emotividad del público congregado y las vivencias que aquella polémica película despertó en los asistentes de la sala.


Era otra época, cuando al terminar una película en la pantalla grande se escuchaban sentidos aplausos, gritos de júbilo y hasta ovaciones levantándose del asiento, brindándole el justo reconocimiento a una buena obra de arte. Otras veces, simplemente se dedicaban esos mismos aplausos para dar las gracias por un espectáculo que había entretenido al público durante casi dos horas. Daba igual que no estuviera presente el director, ni los actores, ni el productor ni el guionista. Los asistentes parecíamos querer homenajear al chico que se encontraba tras el proyector de la sala, a los dueños del cine, a los agradables acomodadores, por el espectáculo que nos habían regalado, y por lo bien que había salido la proyección.




Antes sólo había un estreno cada cierto tiempo, en estos tiempos la cartelera nos bombardea con incontables novedades, la gente va menos al cine porque puede descargar esas mismas obras por internet o reproducirlas en casa en pantallas de increíble definición. Ahora son tantas las sagas, remakes, imitaciones y versiones de lo que ya triunfó en el pasado, que al terminar una película de cine la gente parece salir despavorida de las salas a por su coche, como si la rutina les espantase de nuevo, y la liberación de ver los créditos les indicase el camino de vuelta a la realidad presente. Parece que hemos olvidado la magia del Cine, la aventura de compartir en directo un gran espectáculo, una obra de arte creada por y para impresionar, no sólo para recaudar. Esa es la magia que parece retomar nuevamente Cristopher Nolan en su película ORIGEN.




Una historia original, impactante comienzo, asombroso y tenso desarrollo, con agridulce perplejidad al final del film. Grandes actores (podremos ver de nuevo a un Dicaprio soberbio; son tantas ya sus obras de gran registro, que nadie podrá encasillarle como un “simple niño bonito de Hollywood” como le dedicaban al hundirse su Titanic, o al perder a su amada en la versión modernista de Romeo y Julieta), un magnífico director –Nolan- que vuelve a impactarnos con su versatilidad y ambición experimental como ya demostró en “El Caballero Oscuro”, con un meticuloso montaje que llega a narrarnos hasta 3 y 4 historias superpuestas en el tiempo. La película se basa en un intrigante argumento, lleno de suspense, rodeado de socorridas escenas de acción que acompañan el buen ritmo de la película, aderezadas de vez en cuando con agradables efectos visuales que no desentonan en absoluto con la narrativa del guión.




¿Realidad o sueño? Esa es la premisa de la película. Un ladrón de guante blanco, junto a su cuadrilla de especialistas, capaz de introducirse en los sueños de la gente que se pasa la vida arrebatando ideas de las mentes, hasta que un día un encargo se complica al tratar de cambiar las reglas del juego: ese es el resumen del argumento. Pero en realidad la película tiene un trasfondo mucho más complejo: divaga con la fantasía de la irrealidad más severa, juguetea con la magia de la mente y el sinsentido de los sueños, pero sobre todo, trata de enseñar la moraleja del peligro al que puede llevar una mala ideología enraizada en el cerebro del ser humano.

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